BIENVENIDO/A

Espacio de relajación y reflexión, el diván tiene sus orígenes en la antigüedad al discurrir a largo de las paredes de las viviendas romanas más acomodadas y constituir en la arquitectura palaciega islámica una estancia privada común para el reposo y el deleite.

"El diván de Nur" viene a ser un lugar virtual para la catarsis que provocan enclaves, historias, vidas, ciudades, sitios y paisajes del mediterráneo.


Una mirada introspectiva, retrospectiva y exploratoria por al-Andalus, el Magreb y la diversidad cultural del Mare Nostrum de una historiadora en permanente búsqueda

martes, 9 de noviembre de 2010

Las musas en el Djem




“De cómo un anfiteatro fagocitó un pequeño pueblo de Túnez”.
Esta es la primera idea que me viene para empezar la historia que hoy se me ocurre contarles tras pasar los efectos del llamado “Síndrome de Stendhal”, una especie de empacho patrimonial y emocional que da sentido a mis viajes por el Magreb.
A media distancia, el Djem, enclave absorbido por la colosalidad del anfiteatro romano más inmenso y monumental del Norte de África inexplicablemente emerge en un llano paisaje.
De aquel esplendor de los dos siglos después de nuestra era, una soberbia ciudad que poseyó dos anfiteatros y extensos barrios, quedan los vestigios de varias casas musealizadas en un espacio que integra en buenas condiciones gran parte de sus mosaicos, algunos en el suelo y otros expuestos en los muros de algunas salas.
El museo evoca la arquitectura mediterránea tunecina.
Cúpulas, arcos y patios distribuidores iluminados por un blanco nuclear que inunda Túnez y que como siempre contrasta con un limpio e infinito cielo azul.

Una vez que van sucediéndose las salas, viene lo inesperado.
Un patio que conduce al “vicus”, barrio donde pueden visitarse las casas in situ entre calles pavimentadas y porticadas. Pero lo sorprenderte es acceder a dos de ellas, como si el Djem fuera la Pompeya de la antigua Numidia. Una reconstrucción quizás impensable desde las legislaciones y teorías de conservación de países europeos.
Pero lejos de polemizar sobre el interminable debate de dónde empieza la restauración y acaba la conservación de los bienes culturales, a ojos de cualquier rígido ruskiniano patrimonialista, Villa África, que así se llama la vivienda romana que hoy nos ocupa, podría tratarse de una mentira, un atentado y una recreación.
Pero para el más burdo turista de a pie, “Villa África” es una casa muy pompeyana en cuyo peristilo anidan plantas aromáticas picoteadas por pajarillos y flores que seriven de reposo a abejas y otros insectos.

Por un momento me olvido de Ruskin, Riegl, Boito, Giovannoni o de cartas internacionales de restauración para sentirme como lo que soy, una turista cansada y fatigada que toma asiento para recrearse en uno de los ángulos del perístilo.
Y de pronto siento que habito esta vivienda romana, entre romero, magnolias ante el sonido eterno y pacífico de la naturaleza.
Un silencio que me conduce a pensar la magnificencia que pudo adquirir esta provincia africana del Imperio Romano.
Y en ese momento de soledad y contemplación, envuelta de serenidad, bajo el cielo abierto del perístilo y sintiendo que el tiempo parecía haberse detenido, pienso..


“Bienvenida sea la reconstrucción en Villa África.
Gracias a ella he podido ser una patricia en la vieja Numidia, inspirada por las musas que todavía pululan en las salas y casas de este Museo del Djem
”.